Sacrificio
Deseaba hacerlo, se mordía las uñas, pero no contestó. No levantó el auricular con desesperación ni aseguró entre sollozos: Sí, soy yo… El teléfono no paraba de sonar desde ayer en la noche, desde que él no volvió a casa.
Eran los secuestradores, no había duda. Pero ella no recibiría la nota de rescate. No aceptaría el chantaje. Sin alguien a quien amedrentar, el encantamiento elaborado por esos criminales pierde efecto. Lo soltarían, estaba segura. Desconectó el aparato y fue a dormir.
Soñó con nubes blancas y un cielo azul inconmensurable.
3 comentarios:
Existen dos tipos de escritores: los que escriben y los que no escriben. Los segundos temen demasiado a los lectores mientras que los primeros... bueno, los primeros temen aún más pero se han vuelto cínicos. Heme aquí practicando.
Ya me monté en esta avestruz: ¡síganme los buenos!
Siga practicando, que así se parende... y si no se aprende, de menos se divierte.
Suerte.
Francisco.
Gracias por la visita, Paco.
Lo importante es perder la vergüenza, digo yo. Y escribir: que le aunque que sea uno malo. Ni que no se le quite con la práctica.
Ja, ja, ja!
Publicar un comentario