Escribo ahora como práctica después de años dejar en blanco cuanta página electrónica y de papel estuvo a mi alcance. ¿Por qué no escribía?
Escribir es desnudarse y, a mí, mostrar la piel me cuesta un esfuerzo tremendo —redoblado si tengo lector—. De inmediato me siento juzgada. Sin ropa es imposible ocultar los defectos y, en letras, la imposibilidad se acrecienta exponencialmente. Ya se dice en el Nuevo Testamento que no es lo que entra por la boca lo que mancha al hombre sino lo que le sale por la boca —todo lo que exprese— porque de ello le reboza el corazón. Malo hablar y peor escribir, porque lo escrito es para siempre —se hace uno la ilusión, pues—. Digo cantidad de pendejadas cuando hablo, pero al plasmarlas por escrito las congelo para la posteridad. Ahora vuelvo a escribir porque ya no pienso en la posteridad. Pienso en escribir y en desnudarme sin vergüenza de mí. Porque no me queda ilusión.
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