miércoles, 10 de marzo de 2010

Torero





¿Alguna vez has visto al hombre más guapo del mundo?

Suele visitar los vagones del Metro, en especial, si los boletos se han agotado.

Tiene grandes manos y lleva el cabello a rape.

Usa audífonos y, si va de pie, no obstante las luces del traje, agacha la cabeza humildemente porque el alto techo le queda chico.

No se sabe qué pretende, si algo pretende, pero va en busca de su destino sin demora, sin distracciones, como se vino a este lugar donde, aterida de placer, sin esperarlo, lo esperé toda la vida.

No hace nada, nada de nada, pero la faena es exquisita.

Los ojos, convencidos por el arte, se entregan: fascinados ovacionan con mil aplausos disminuidos, disimulados, mudos:

Les apena —¿quién sabe por qué?— que alguien se entere que lo saben, que están al tanto de que ésta no se trata sino de la más viril de las visiones, la más plástica de las vivas ejecuciones masculinas hechas nunca por una madre, ese gigante malencarado y, sin duda, envidioso de un triunfo de tales magnitudes.

En Centro Médico deja la plaza en hombros. Se fue, entre la gente de pie que de su belleza lo arrastra hasta las escaleras, lejos, hasta otro día, del pedestal de mi mirada que, sin discusión, le otorgaría completo el rabo.

Y ni qué decir de las orejas.